lunes, 25 de febrero de 2008

Treinta y un millones...



...quinientos treinta



y seis



mil



y un



segundos.

viernes, 22 de febrero de 2008

Cracks de la tele

A veces la tele merece la pena... Y la receta no parece tan complicada. O sí? Mi cerebro aletargado se debatía en la pereza de irse a la cama anoche mientras el pulgar se paseaba sin rumbo sobre los botones del mando a distancia. Todo hasta que el ejercicio de zapeo vino a detenerse ante la pantalla de La Sexta: Buenafuente tiene a El Gran Wyoming en su programa. Dos animales televisivos de los que se puede esperar cualquier cosa, también fórmulas de lo más soporífero. Pero anoche no: anoche demostraron que estos dos son absolutos cracks. Ponlos delante de una cámara y deja que se complementen. Absolutamente geniales!

Os dejo la entrevista completa desde Youtube, está en cuatro vídeos diferentes que he reunido en una lista de reproducción aquí abajo. No dejéis de ver las cuatro partes!





Por cierto, los que hemos sido inoculados con el jugo Remolachero seguro que hemos reconocido la canción que acaban tocando en el escenario... O no os ha parecido ver a Kwang-Fu por un momento? =D

jueves, 21 de febrero de 2008

This is (f*cking) Hollywood!

Where can you find a 29-year-old psychology student, a doctor who survived a plane accident and got lost in an island crowded with weird people, the most handsome psychopath-maker of snuff movies in the Spanish movie industry and the last King of Scotland who won an Oscar as a male starring role?



It must be a very special place, like the next landmark where the President of the United States is gonna be killed in public, unleashing unimaginable consequences all over the world. And that place cannot be other than Salamanca.

That's why this ancient, small, quiet town got frozen last week for some hours when Matthew Fox, Eduardo Noriega and Forest Whitaker landed for a short visit motivated by the world premiere of the movie 'Vantage Point', a Hollywood thriller in which action supposedly takes place in Salamanca, shooting of the President (of the USA, of course) and huge explosions included. Dennis Quaid, William Hurt and Sigourney Weaver are also featured in the movie but they didn't come -tough, Sigourney Weaver had already stayed in Salamanca about 16 years ago for the shooting of the Ridley Scott's movie '1492: Conquest of Paradise'. A public appearance of the movie stars with the director at the Town Hall balcony at the Plaza Mayor was announced for 11 am. Afterwards, the stars came down and spent about thirty minutes with the crowd who had been waiting and cheering for them all morning long. Everybody who happened to be in the Plaza at that time joined the crowd and yelled loudly wishing to get an autograph from Forest or be kissed by Eduardo or Matthew. I was there, too, and despite I wasn't kissed or autographed, I tried to get my own image of the day I met an Oscar winner in the Plaza Mayor.



(Excuse the poor quality of the picture, I had to use my cellphone)


The poster of the movie and some other pics of the premiere, taken from Flickr:




The funniest of it all is that the movie wasn't actually shot in Salamanca but in a real-size cardboard model built ah-hoc in Mexico. Reasons for that are that doing it in the real Plaza would imply to close it to public access for three months; which seems impossible given the Plaza is the true heart of the city... Below, a sight of the cardboard replica and the incredible image of Matthew Fox in a Local Police uniform... Notice the Salamanca coat of arms in his chest and shoulder =D



Finally, the trailer of the movie... So, now you know where to go if you want to see a President being shot and a Plaza blown up. Is this Hollywood? Nope: this is (f*cking) Salamanca!

martes, 12 de febrero de 2008

Pitu también lo sabe


Visto en el messenger de la Pitufa:

"Quien no ha caído nunca no tiene una idea justa del esfuerzo que hay que hacer para tenerse en pie..."



Mood: Levantándome...

jueves, 7 de febrero de 2008

I keep an eye on you, Mr. Einstein!

For most of the people, Einstein has to do with the crazy genius with messy, white hair and protruding tongue. Some others think in the Theory of Relativity, physics and even the nuke bomb. But for those who ever lived in Leiden there's something more -dunno why, but Leiden leaves a mark on everything related to it that makes it all utterly special. For us, innocent erasmus newcomers, the first hint of relationship between Leiden and Einstein was to know -via Google, the welcoming speeches or that wonderful Holy Bible for the newcomer called 'Finding your way around Leiden'- that Mr. Albert taught for some years in the accredited Dutch university founded by the Rapenburg canal. Then, during your first days in your new life the word Einstein earns a whole, new meaning by becoming the hottest spot in town when you learn that it's also the name of a bar, specifically the bar where every new erasmus student hangs out for the wednesday nights ESN borrel. Un-miss-able! As time goes by and a monotonous, steady, everyday life is built around those once excited newcomers, this bar losses a part of its importance as other bars are discovered and gain their own place in the weekly schedule... but always remains as a cornerstone to show visitors any other day.

Sooner or later the winter finishes and the spring brings sweet, sunny days to cycle to Warmond or Katwijk... And then, the arrival of summer evenings marks the last moments during which the few survivors remaining from the latest erasmus generation miss the noise and faces of those already gone, while counting down the final, few days remaining for themselves. Time to fly back home, the end of the dream. The end for the Einstein and those countless wednesday drinks as well.

More than two years were gone when I discovered it. By chance, as this things are usually found. The Einstein bar has a webpage, and wishing to find a photo gallery in which those old gone, once well known faces could be fished among the crowd as a nostalgic pastime a wonderful feature apperared. Because I might not be able to see your face in old photographs, but I will see you if you sit at the terrace this afternoon, to listen to the bells at the Town Hall. As we used to do =)

The Einstein Cafe, by the Nieuwe Rijn canal in Leiden, has an amazing live webcam that can be remotely controlled to point it towards different directions. Dont forget to switch the audio feature on so you can hear the Stadhuis carillon nearby every hour!


PS. This post, my first one in English, is dedicated to my Dutch mom, who did the same countless times before so I could read her beautiful blog. Dit is waar we elkaar voor het eerst ontmoet hebben!!

miércoles, 6 de febrero de 2008

Las fotos en mi pared

¿Cuánto se tarda en sentir un lugar como propio? Imagino que depende de muchas cosas... Yo tengo la necesidad casi fisiológica de 'personalizar' los lugares a los que me encuentro unido. Los hago míos. Y es que me resulta de lo más inquietante la sensación de meterme en la cama rodeado de paredes desnudas, con su amenazante vacío o, peor aún, repletas de pequeños vestigios de vida anterior, imperceptibles a primera vista pero que van surgiendo ante tus ojos poco a poco: aquí el agujerillo dejado por una chincheta, allá la marca amarillenta de la cinta adhesiva, por el otro lado un resto paduzco de procedencia insondable... No puedo evitar subirme el edredón hasta los ojos mientras pienso en qué pendería de la chicheta, qué habría adherido al adhesivo resto, qué demonios será eso marrón pegado al gotelé. Y por eso me defiendo atacando: a la primera ocasión que tengo, me lanzo a cubrir las huellas del prójimo con huellas más propias. Napoleón estaría orgulloso de mí. Soy más bien barroco antes que minimalista, lo que implica que me suele dar por la falta de mesura en lo que se refiere a decorar los lugares que quiero hacer míos. Mi última morada madrileña tuvo un tabique completamente empapelado de antiguas fotos. Todo tipo de gentes, lugares y situaciones me daban las buenas noches y me saludaban luego al despertar, haciendo de mi aventura madridense algo más humano, cercano y -por qué no- caóticamente mío.

Aquella habitación se cerró y yo emprendí de nuevo camino en pos de nuevos anhelos más o menos tangibles, y al cierre aquel siguió un nuevo comienzo, incluyendo nueva habitación, nuevas paredes y nuevos vacíos que desterrar. En un principio estuve tentado de recuperar el horror vacui anterior, trasladando el éxtasis fotográfico a los nuevos tabiques... Pero hete aquí que la naturaleza humana es a veces inescrutable y, de todo aquel montón de fotos que venían en mis maletas sólo unas cuantas decoran ahora mis muros. El porqué de que sean tan pocas aún no lo conozco, el porqué de que sean las que son es algo que quisiera explicarles, si tienen ustedes a bien acompañarme por tan insólito relato.

Una de ellas es ésta. Es Navidad del 2003, alrededor del veintitantos de diciembre. Es Schiphol, el aeropuerto de Ámsterdam. Es un cielo cubierto, es la lluvia tras el cristal. Afuera el frío y el viento húmedo, y a este lado del cristal una burbuja de calor y silencio, atemporal, propicia para la nostalgia y los sueños. La silueta es María ante la ventana, con la mirada perdida. Pero es más que todo eso: es el momento. Es el momento en que las maletas están facturadas, en que el avión espera y la lluvia invita a dejar la imaginación volar a sus anchas. Regresamos a casa. Por delante quedan días de descanso en los que ver a los amigos y la familia, en que contaremos mil veces las aventurillas de nuestra vida holandesa. Frente a la montaña rusa de incertidumbres de los meses recién pasados estamos en un momento de certezas: certeza de quién somos, certeza de lo que hacemos, certeza de dónde vamos y por qué queremos regresar.

Hay momentos que quedan adheridos en la retina y la memoria. A veces, una cámara providencial sabe colarse oportunamente y fijarlos en papel. Por eso, un fragmento de mi pared está cubierto por 10 x 15 centímetros de aquel instante en que por nada del mundo me habría cambiado por nadie.

lunes, 4 de febrero de 2008

Empollando...


Vuelven las noches bajo el flexo. Vuelven el café, las legañas, los ojos rojos. Vuelven los nervios en el estómago. Vuelve la tele de madrugada, el vuelo rasante de la imaginación en las furtivas pausas involuntarias, la cara ajena en el espejo. Vuelven las chuches de la nevera y el zumbido ubicuo de las horas sin nombre, vacías, amorfas, que rayan justo antes de alba.


Mood: Y van...

sábado, 2 de febrero de 2008

El fotógrafo detrás de la foto



Me juego la colección de tapas de petisuís a que ya conocéis esta foto: se titula ‘Muerte de un miliciano’ y pertenece a Robert Capa. Eso es lo que está claro; lo que quizás no lo está tanto es todo lo que sigue: si realmente se trata de un miliciano, si realmente muere ante la cámara, si realmente está tomada en Cerro Muriano… Es una de esas fotos a las que rodea la controversia desde el mismo momento que salieron de la cubeta de revelado, o casi. Y es que hay tantos amantes de su fuerza expresiva y de cómo retrata la crudeza del momento como detractores que atacan su oportunismo y ese supuestamente milagroso sentido de la oportunidad del autor para encuadrar, enfocar y disparar justo en la décima de segundo fatal. Pero es que justamente esto suele ser el bagaje que acompaña a los iconos. Y esta foto, indudablemente, lo es.

Como con la foto del Ché Guevara de Korda, igual que con la no menos célebre aquella de los marines erigiendo las barras y estrellas en Iwo Jima: aquí el icono, aquí la polémica. ¿Cuál es la respuesta? Pues, a mi parecer… no importa. Porque el icono es sólo la fachada, la portada, el rótulo de neón que atrae la atención al interior de la librería. Porque si es Federico Borrell quien muere en la foto o si es todo una pose fingida carece de importancia cuando se mira más allá. Y más allá hay toda una galaxia de imágenes, el trabajo de toda una vida de un fotógrafo cuyo objetivo se ha convertido en el ojo por el que el mundo mira con asombro hacia algunos de los acontecimientos que cambiaron la historia.



Endre Ernö Friedmann, el húngaro que tomaría el nombre de Robert Capa por la necesidad de tener un nombre más atractivo, más comercial, más americano a los ojos de los editores –no es casualidad que se parezca tanto al apellido del afamado director de cine Frank Capra. El hombre tras la cámara. Toda una personalidad en la época: no sólo revolucionó –casi se puede decir que inventó- una nueva forma de concebir la figura del reportero de guerra, además fue toda una celebridad en la crónica social de los convulsos mediados del pasado siglo: fundador de la mítica Agencia Magnum, amigo de Picasso, Steinbeck, Hemingway, amante de Ingrid Bergman, protagonista de algún cameo en las pelis de algún director de cine y camarada de copas… se movía con igual maestría por los frentes bélicos que por los clubs más selectos del planeta. Todo un personaje que cimentó su mito en su manera de llevar una cámara hasta los lugares en los que nadie había mirado antes porque nadie quería ver: esos lugares en los que, durante un instante concreto en la historia del tiempo, los seres humanos aplican toda su brutalidad y toda su inteligencia en aplastar minuciosa y despiadadamente a otros seres humanos. Fue entonces noticia y hoy es historia, y es su leica el agujerito por el que la humanidad entera se asoma a aquello que hicimos y nos hizo como somos.

La Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial, la primera Guerra de Indochina (Vietnam)… Se le atribuye la popular máxima aquella de “si tus fotos no son suficientemente buenas es porque no estabas suficientemente cerca”. Y sus fotos eran indudablemente buenas, muy buenas. Lo que significaba estar muy, muy cerca para un tipo que trabajaba sin teleobjetivos: cuando se ve un soldado al lado de su cámara podéis creer que realmente estaban hombro con hombro. Cubrió el desembarco en Normandía, el legendario D-Day, para la revista Life y, fiel a su lema, no se le ocurrió mejor método que ir en las mismas lanchas de desembarco en la playa de Omaha, como un soldado más. El mismo Steven Spielberg ha reconocido que sus fotos de aquel día fueron su inspiración fundamental a la hora de recrear la magistral secuencia del infierno del desembarco en ‘Salvar al Soldado Ryan’ Si habéis visto la peli podréis recordar el nudo que se crea en el estómago cuando uno se identifica con aquellos pobres chicos metidos en la barcaza que se acerca a una playa infestada de ametralladoras, plagada de balas que zumban como avispas letales buscando su carne. El miedo atroz ante una muerte real, presente, que aguarda en horas, minutos o segundos. Saber que todo lo que uno es va a quedar expuesto, sin más resguardo que el propio pecho, la piel y la sangre, al azaroso tino de un chaval, otro como tú pero con uniforme alemán, que a los 19 años llora de miedo lejos de su casa para verse aferrado a una ametralladora al rojo vivo ante la aterradora visión de una invasión imparable que se dirige hacia él. Y, entre aquella carnicería de chicos aterrados, entre las explosiones y las balas, entre los ríos de sangre y los gritos de agonía, un húngaro correteando sin más armas que sus cámaras y sus rollos de película. Y saliendo vivo para contarlo, para mostrarlo si no hubiera sido por esas ironías del destino: se dice que el chico del cuarto de revelado de la revista Life fue presionado para que tuviera los negativos listos en el menor tiempo posible, por lo que subió la temperatura del secador eléctrico… El resultado es que, de los 106 disparos, sólo se salvaron once fotogramas. La revista Life los publicó inmediatamente, incluyendo en el pie de foto a modo de explicación por el mal estado de las imágenes que la emoción del momento había sobrecogido al fotógrafo y por lo tanto las imágenes estaban ligeramente desenfocadas. Años después, el propio Capa daría una muestra más de su irónico sentido del humor cuando escogió para sus memorias de la guerra precisamente ese título: Slightly out of focus (ligeramente desenfocado).




Sin embargo, las fotos que posiblemente fundamentan el mito de Robert Capa son las que hizo en la Guerra Civil española; su primera guerra, en la que se entregó como un niño idealista, tomó partido –por los republicanos-, se enamoró y sintió el dolor, la desesperanza, el vacío y la miseria de la mano brutal de la ceniza. Capa llegó con su amante Gerda Taro, una fotógrafa mucho más experimentada con la que vivía en el dulce París de preguerra, y la guerra se la arrebató cuando ella cubría el frente de Brunete. Capa vivió nuestra guerra haciéndola suya, implicándose, viviendo con los milicianos en las trincheras y con la gente en los refugios, retirándose en triste huida con los refugiados que dejaban atrás la derrota; siendo una vez más el fotógrafo fiel a su famosa frase: acercándose. De aquello nos queda la foto de Cerro Muriano, el icono, la controversia. Y, para quienes quieran mirar más allá, todas las demás: las que nos permiten ver a las gentes en las colas de racionamiento de la retaguardia, a quienes corren en el frente sin querer mirar los cadáveres que podrían ser ellos mismos, a la Cibeles entre sacos terreros, a los niños que buscan unos padres que no volverán. Nos permiten ver a nuestros abuelos, a nuestros padres o a nosotros mismos, porque las fotos de Capa son nuestro propio álbum familiar. Hace años Hache supo acertar regalándome un libro de algunas de estas fotos, que atesoro el alguna estantería de la que procuro no separarme demasiado. Ella no sabe aún cuánto se lo agradezco.

La democracia, esa supuesta panacea del gobierno de los pueblos en paz, necesita hoy de ciudadanos informados cuyos votos dirijan los caminos. Gracias a gente como Endre la utopía de que los ciudadanos tengamos ojos desde los que ver, opinar y juzgar es posible. Hace 54 años que Capa murió tras pisar una mina en la Indochina francesa (actual Vietnam) de la única manera que sabía hacer las cosas: acercándose. 54 años después, esta semana los periódicos en los que trabajan quienes siguen su ejemplo nos contaban que ha aparecido una maleta en México con más de 3000 de sus fotos inéditas. Una maleta abandonada ante el avance de los nazis sobre París y cuya historia desde entonces hasta su reciente aparición resulta tan increíble como todo lo anterior. Desde ahora, nuestro álbum familar tiene 3000 fotos más en las que vernos, reconocernos y aprender a entendernos.