jueves, 14 de mayo de 2009

El asiento 54B

Holanda. Domingo. Primavera. En una estación junto a la costa un tren amarillo y azul se va llenando de gente que busca descuidadamente un sitio libre. Sobre uno de los asientos un libro con el título en inglés se alza trémulo. Y tras el título, agazapado cual cernícalo primilla, yo. Oteando. Escuchando. Olisqueando la proximidad de los viajeros que miran a un lado y a otro mientras recorren lastimosamente el vagón bajo el peso de sus maletas. Pensando, deseando, murmurando, casi exclamando a gritos que se vayan, que me dejen, que quiero, reclamo, exijo los dos asientos vacíos para mí. Que no quiero compañía. Que me estorban. Que me sobran. Que se pierdan.

A medida que nuevas cabezas se dejan ver sobresaliendo por los huecos que segundos antes hubiera libres, el flujo de desconocidos que pasan de largo a mi lado en pos de otro aposento más espacioso –y con compañía menos hostil- se va espesando, ralentizando, deteniendo. Algunos empiezan a girar la cabeza, lamentando no haber ocupado alguno de los asientos que desecharon segundos antes. Mis esperanzas se desvanecen. Veo venir la tragedia, incontenible como una losa de marmóreo destino que se cierne sobre mí, y me aferro con más fuerza a la edición de bolsillo en cuya cubierta se clavan mis uñas. No. Aquí no. ¡Si al menos me estuviera haciendo el dormido, con las piernas estiradas sobre el asiento contiguo! Quizás aún pueda hacerlo, quizás si me giro despacio, quizás si no estuviera sentado junto a la ventanilla, quizás si no fuera…

…demasiado tarde.

Tras el borde doblado de las páginas amarillentas percibo una figura que se deja caer en la butaca, invadiendo sin pudor el paraíso de feliz aislamiento que me había creado en el espacio de dos asientos de segunda clase. Quedan tres horas de martirio, maldita sea. Tres horas de compartir estrechez y efluvios de humanidad y aire viciado con este ser que ahora se revuelve en el blando eskay junto a mi muslo buscando su comodidad de tan obscena e irreverente manera. Pero no, no va a ser un camino de rosas: esto, despreciado y sin embargo próximo vecino, va a ser un infierno. Para ambos. Así que levanto la mirada inyectada en sangre, dispuesto a fulminar al ser que tuvo la indecente idea de existir para robar lo que siempre fue mío y sólo mío. Levanto la mirada iracunda, metálica, afilada y letal en pos de ser clavada inmisericorde en la sensible inferioridad del molesto insecto que me disturba, y compruebo atónito cómo rebota, frágil y quebrada como cristal bajo las botas, al cruzarse con otra mirada azul, femenina, transparente y luminosa. ¡Por Odín, estoy desarmado! Una sonrisa se dibuja clara en mi enemigo y me golpea de lleno. ¡Por Odín, estoy perdido!

“Is it a nice book?”

La sonrisa vuelve a golpearme y a ahogar cualquier atisbo de reacción por mi parte. Tratando de recuperar la compostura bajo la mirada a las páginas en torpe intento de fingir que leo, sólo para descubrirme sosteniendo el libro del revés. Zuuuumm… tocado. Mi mirada se eleva avergonzada como queriendo huir de este infierno y… oh, dios mío, ahí está otra vez, de nuevo la sonrisa. Fiuuuu… tocado. Me quedo mirándola. Bada-boommm… tocado otra vez. Me guiña un ojo. Chofff: hundido.

“Where are you from, then?”

Me rindo a la derrota, a esa sensación de infinita derrota que deben de tener las gacelas de los documentales cuando la leona se sienta apacible y tranquila a su lado sin aflojar las fauces que contienen el cuello de su presa. Me rindo y suelto el libro que tan poco resultado dio como escudo y rindo también mis estériles y romas garras de guerrero arrodillado. Sin abrir la boca por tenerla ya delatadoramente abierta logro encontrar alguna palabra y, poco a poco, le voy contando que vengo de España, que he pasado el fin de semana con unos amigos, que Zeeland es preciosa. Tiene en torno a cuarenta años. Ella habla de las noches de verano en Granada, del tiempo en Holanda, del Koninginnedag. Las pequeñas arrugas en torno al azul infinito de su mirada aparecen y se desdibujan al ritmo de su sonrisa. Coincidimos en que Holanda es increíble en primavera. Su marido nos saluda con la mano, tres asientos más allá. Discrepamos en que Holanda es fría y gris en invierno. Nos reímos de los tópicos españoles y holandeses. Me gusta su chaqueta roja. A ella también. Nos reímos otra vez.

La mancha verde al otro lado del cristal está mutando su vértigo en nitidez: el tren disminuye su velocidad. Por los altavoces, la voz metálica del revisor desgrana un galimatías entre el que acierto a distinguir “station Amersfoort”. Ella se levanta, me regala su última sonrisa, me desea buen viaje, y yo me quedo mirando aquel azul eterno desvanecerse entre el ajetreo del andén.

Holanda. Domingo. Primavera. En una estación demasiado lejos de la costa un tren azul y amarillo se va poblando de nuevas caras que rebuscan el hueco dejado por las que se acaban de bajar. Sobre uno de los asientos un libro con el título en inglés se yergue, al revés, ante los ojos que miran a través de las páginas, perdidos en sus propios pensamientos. Una figura se deja caer sobre el asiento a mi izquierda y mi mirada busca algún resto de azul en la suya. Pero no: negros, negrísimos son los iris que observan tras los párpados que enmarcan ojos rasgados y orientales. Una sonrisa masculina, inexplicablemente cálida e inquietante permanece estática unos centímetros por debajo. Abre una bolsa y saca un discman (oh maravilla, aún quedan de éstos?). Abre otra bolsa y extrae un CD recién comprado (oh, oh maravilla de nuevo, todavía hay quien paga en las tiendas por un disco?). Mientras observo distraído la interminable pelea de aquellos dedos sin uñas por abrir el celofán que recubre la adquisición puedo leer el título del disco: Boys2men, greatest hits. Oh, señor. Levanto la mirada, confundido, para reencontrarme con la imperturbable sonrisa y negros ojos que que siguen, mucho más inquietantemente aún, clavados en mí. Empiezo a notar una cierta incomodidad cuyo origen no sabría definir. Mis esperanzas se desvanecen. Veo venir la tragedia. Quedan dos horas de martirio.

Maldita sea.

3 comentarios:

Caperu j. dijo...

Me gusta mucho.
Son raras tus musas y vienen en buenos momentos...? No sé, pero yo, por si acaso, te mando un abrazote :)

Anónimo dijo...

Y yo que pensaba que habias ligado...Ais Jesusin, para que te hemos mandado a Holanda?

Aún así me ha entretenido mucho tu historia :)

See you...SOON?

Kisses!


*Pitu*

Vimes dijo...

Eres un crack. Con un poco de suerte, las musas que mencionan un poco más arriba te vendrán a visitar más a menudo para que los demás podamos deleitarnos un poquito.