Érase una vez un señor llamado Juan, a la sazón padre de Pilar, que es la señora que luego tuvo un hijo que me llamaría hermano. O sea, que el señor Juan era (y sigue siendo) mi abuelo. La cosa es que este señor Juan era más cosas. Sí, os lo aseguro: además de ser mi abuelo era también ciclista, violinista, del atleti y taxista. Taxista de los de pueblo, para más señas, de esos que antes (no sé si seguirán existiendo ahora) podías contratar para viajar al pueblo de al lado o al fin del mundo. Pues eso: el señor Juan, mi abuelo, taxista. Y, por lo tanto, echando media vida en la carretera.
Ah, mi abuelo Juan era una cosa más: era más crío que sus nietos.
Por eso mi abuelo Juan lo pasaba mal esperando a que vinieran los Reyes Magos. ¡Pero que muy mal! Y peor aún según se acercaba el ansiado día: el uno de enero, el dos, el tres... El gran día estaba tan cerca... ¡pero a la vez tardaba tanto en llegar! Una espera difícil para los niños... ¡y absolutamente insoportable para mi abuelo!
Menos mal que estaba Abelardo.
Todo sucedía de repente: una mañana cualquiera de los primeros días de enero se abría la puerta y aparecía mi abuelo bajo una montaña de regalos envueltos en crujiente papel de mil colores. Imaginaos las caras: la de los nietos, con los ojos fuera de las órbitas. La de mi madre, con un puntito de incredulidad y sorna que nosotros nunca acertamos a entender. Y la de mi abuelo, disfrutando de todas las demás. Era entonces cuando nos lo contaba: que si iba en su taxi por la carretera de Almoharín, que si un camión en la cuneta con la rueda pinchada, que si se bajaba a ayudar. El conductor que resultaba no ser un conductor cualquiera sino Abelardo, personaje mitológico (pero que muy mitológico en la reducida y muy particular mitología de mi infancia) que a la sazón se ganaba la vida con una curiosa ocupación: paje.
Exacto: Abelardo. Paje real. Paje de Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente.
"Y me dijo: oye Juan, espera, que tengo por aquí lo de tus nietos. ¿Se lo puedes llevar tú?" -terminaba el relato mi abuelo, ante el éxtasis de los nietos que correteaban rasgando papel de regalo. Con la media sonrisa de mi madre que siempre decía aquello de "parece mentira, papá". Y con la sonrisa completa del abuelo que ni se molestaba en excusarse. "Hija, era Abelardo... ¿Qué podía hacer?"
Es por esto que no faltaba una cabalgata en la que nos agarráramos a los faldones de la chaqueta del señor Juan, el taxista, y le pidiéramos que identificase a Abelardo entre aquellos resplandecientes uniformes árabes que caminaban junto a sus Mágicas Majestades. Es por esto que, desde que guardo recuerdo, aquellas cartas en las que los niños de mi familia enumerábamos la mayor de las ilusiones iban encerradas en sobres en los que una caligrafía infantil leía:
"SS.MM. los Reyes Magos de Oriente.
A la Att. del Paje Abelardo"
Que tengáis buenas noches. Y que mañana encontréis que Abelardo os ha dejado todo lo que deseéis.
2 comentarios:
En Soria los taxistas siguen haciendo recorridos largos a los pueblos y a la gente mayor pudiente les llevan a otras provincias también.
Los Reyes de Montanchez llegaban antes de tiempo, según terminaba la calbagata aquí, sorpresivamente, los "Reyes de Montanchez" ya me habían dejado los regalos :)
Cuanto tiempo sin leerte, se te echaba de menos!
Un beset como tu de grande.
*Pitu*
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